TANGO Y FÚTBOL
por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com
Hay deportes y danzas que van más allá del estricto interés lúdico. Suponiendo lícito el uso de la «teoría de juegos» en cualquier ocasión —en los hechos, no hay área del quehacer humano que no haya sido lanzada como pelota a la cancha de las probabilidades matemáticas—, relacionaré fútbol y tango.
El ajedrez occidental es un juego incordiante, caricatura del original indio chaturanga en el que dos contrincantes (rusos, por lo general) fingen descolorar la materia gris, aunque, en realidad, lo que hacen es usar el reloj de arena hispanoárabe hasta recordar estrategias memorizadas desde la infancia: vence quien recordó antes, no quien razonó antes. En el fútbol y en el tango, en cambio, hay mayor despliegue de libertad y de inteligencia muscular e intelectual. Ambos juegos tienden al infinito creativo.
Como en el ajedrez indio, el azar es parte estructural tanto del tango como del fútbol. El chaturanga exige el uso de dados, simulando las condiciones reales del juego de la guerra. No solo hay que razonar en el chaturanga, sino hacerlo en medio de continuas situaciones inesperadas. De nada sirve memorizar aperturas e ingeniosas trampas durante el juego medio, como sucede en la versión macdonalizada del ajedrez. Por el mismo devenir cambiante de las circunstancias, es imposible ejecutar dos partidos de fútbol o dos tangos de manera idéntica (al menos, es poco recomendable). Cada baile de fútbol es único e irrepetible; cada partido de tango (si es jugado al estilo argentino) es único e irrepetible.
La Asociación de Fútbol Argentino fue fundada en 1891. Sabemos que el tango se bailaba en las casas de familia de aquellos tiempos. Ya era folclore, y, al igual que el fútbol, representaba un aspecto decisivo del sentir popular de los argentinos. Tango y fútbol, universos lúdicos de entrelazada existencia paralela.
Hay numerosas grabaciones de tangos que prueban la íntima relación carnal entre la danza y el gran deporte popular de los argentinos. Los dedicados a Boca Juniors, por ejemplo, comenzaron a grabarse en la década de 1910 —que sea desde la infancia hincha del Gran Equipo es mera casualidad, por supuesto—: «Boca Juniors Club» (1916), «Tarasca solo» (1928), «Azul y oro» (1946), «Once y Uno» (1952) y «Boca Juniors» (1954), entre otros muchos.
por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com
Hay deportes y danzas que van más allá del estricto interés lúdico. Suponiendo lícito el uso de la «teoría de juegos» en cualquier ocasión —en los hechos, no hay área del quehacer humano que no haya sido lanzada como pelota a la cancha de las probabilidades matemáticas—, relacionaré fútbol y tango.
El ajedrez occidental es un juego incordiante, caricatura del original indio chaturanga en el que dos contrincantes (rusos, por lo general) fingen descolorar la materia gris, aunque, en realidad, lo que hacen es usar el reloj de arena hispanoárabe hasta recordar estrategias memorizadas desde la infancia: vence quien recordó antes, no quien razonó antes. En el fútbol y en el tango, en cambio, hay mayor despliegue de libertad y de inteligencia muscular e intelectual. Ambos juegos tienden al infinito creativo.
Como en el ajedrez indio, el azar es parte estructural tanto del tango como del fútbol. El chaturanga exige el uso de dados, simulando las condiciones reales del juego de la guerra. No solo hay que razonar en el chaturanga, sino hacerlo en medio de continuas situaciones inesperadas. De nada sirve memorizar aperturas e ingeniosas trampas durante el juego medio, como sucede en la versión macdonalizada del ajedrez. Por el mismo devenir cambiante de las circunstancias, es imposible ejecutar dos partidos de fútbol o dos tangos de manera idéntica (al menos, es poco recomendable). Cada baile de fútbol es único e irrepetible; cada partido de tango (si es jugado al estilo argentino) es único e irrepetible.
La Asociación de Fútbol Argentino fue fundada en 1891. Sabemos que el tango se bailaba en las casas de familia de aquellos tiempos. Ya era folclore, y, al igual que el fútbol, representaba un aspecto decisivo del sentir popular de los argentinos. Tango y fútbol, universos lúdicos de entrelazada existencia paralela.
Hay numerosas grabaciones de tangos que prueban la íntima relación carnal entre la danza y el gran deporte popular de los argentinos. Los dedicados a Boca Juniors, por ejemplo, comenzaron a grabarse en la década de 1910 —que sea desde la infancia hincha del Gran Equipo es mera casualidad, por supuesto—: «Boca Juniors Club» (1916), «Tarasca solo» (1928), «Azul y oro» (1946), «Once y Uno» (1952) y «Boca Juniors» (1954), entre otros muchos.
Me harían falta un par de páginas de periódico para enumerar y comentar uno por uno los tangos relacionados con el fútbol. Muchos de ellos llevan nombre «en clave», por así decirlo. «Tarasca solo», por dar un ejemplo. Quienes estaban inmersos en la cultura futbolera de la década de 1920 sabían que estaba dedicado al gran «forward» del inmortal equipo de la Ribera.
En otro orden de cosas, pocos saben que hay figuras de tango cuyos nombres y metáforas provienen del fútbol. «La gambeteada», una de ellas. Del mismo modo que se gambetea una número 5, se gambetea a la pareja de baile.
Los seres humanos, de la cuna a la tumba, somos criaturas lúdicas. Esto dio a entender el holandés Johan Huizinga en «Homo ludens». Inventamos naipes, pelotas, canchas y danzas para hacer nuestras vidas algo más confortables. Sin el chaturanga, sin «El choclo» y sin «Boca Juniors», nuestras efímeras existencias serían tan insoportables como un envejecedor partido de ajedrez sin dados ni contrincante. (*)
(*) Este artículo fue publicado en diciembre del 2007 en el prestigioso periódico ecuatoriano “La Hora” con la firma CLAUDIO GILARDONI. Versión revisada en octubre del 2009.
Πηγή / Fuente: εδώ.
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