LEONARDO BUSQUET*
ESE TANGO LLAMANDO FÚTBOL
Qué sería de un club sin el hincha,
una bolsa vacía. El hincha es el alma de los
colores,
es el que no se ve, el que se da todo sin esperar nada.
Ese es el
hincha.
Enrique Santos Discépolo en la película “El hincha”
Buenos Aires es una complicada ciudad rioplatense desbordada de triunfos y
derrotas. Amalgama en su seno dos pasiones que entremezclan ilusiones,
recuerdos y deseos. Las piernas, la cintura y el corazón protagonizan ambos
ardores que llegaron de afuera con formas y estilos que aquí nos encargamos de
reinventar. Las dos cobraron tamaña fuerza popular que desplazaron a otras
fogosidades. Las pasionales formas que cito tienen nombre propio y su sola
mención genera apologías y rechazos: el tango y el fútbol. Dos perplejidades
que regaron estas tierras en una aproximada contemporaneidad atrapada por el
final del siglo XIX y los primeros vagidos del XX.
El football nació en Inglaterra. Dicen que se inspiraron en las
bravas competencias de los caballeros medievales. Football, balompié o
simplemente fútbol.
Con el tango la cosa no es tan simple. Su esencia está abroquelada en la
polémica. Algo de España, quizá de Africa o el condimento de la habanera. En
fin. Lo cierto es que llegó y se impregnó de nosotros, que tampoco somos tan
originales. Para Ernesto Sábato, “Los millones de inmigrantes que se
precipitaron sobre este país en menos de cien años, no sólo engendraron esos
dos atributos del nuevo argentino que son el resentimiento y la tristeza, sino
que prepararon el advenimiento del fenómeno más original del Plata, el tango. Este
baile ha sido sucesivamente reprobado, ensalzado, satirizado y analizado. Pero Enrique
Santos Discépolo, su creador máximo, da lo que yo creo la definición más
entrañable y exacta: Es un pensamiento triste que se baila. (…) El tango
encarnaba los rasgos esenciales del país que empezábamos a tener: el desajuste,
la nostalgia, la tristeza, la frustración, la dramaticidad, el descontento, el
rencor y la problematicidad”. Con esta definición comenzamos a encontrar
denominadores comunes entre el tango y el fútbol. Ambos vinieron de extramuros.
Los dos se nutrieron en el arrabal. El tango en el suburbio y el fútbol en el
potrero. El barrio de Palermo fue un punto de encuentro. Ambos conocieron el desprecio
inicial y son hijos de la miseria, como diría Dante Panzeri. El vistoso juego
de las piernas, la gambeta y la pelota conjuga pasión, amor, odio e
irracionalidad. El seductor baile de las piernas, las quebradas y la cintura,
también. Ambos seducen desde sus respectivas génesis.
El fútbol tiene cuatro elementos vitales: el hincha, la pelota, el jugador
y el gol. Es un acto de amor y si como dijo Galeano, el gol es el orgasmo, la
camiseta es la sábana cómplice. La pelota es el elemento que “no se mancha”
pero que muchas veces fue ensombrecida. Por su parte, el hincha es sinónimo de
tablón, de domingo y de camiseta transpirada antes. Este curioso deporte que
supo despertar el rechazo dialéctico de Borges, vino de la mano de la flema
inglesa, con una técnica depurada, ordenada, casi exacta. Era el football y
nosotros, viveza criolla mediante, lo convertimos en fóbal y el off side
en orsay. Así trascendió al campo del pueblo. Los ingleses llegaron al Plata
con su “caballerosidad deportiva” y el argentino provocador le metió el fuego
de la picardía.
El fútbol y el tango se hicieron desde abajo pero no tardó mucho en
subyugar a las clases altas que quebraron ciertos prejuicios y avanzaron sobre
ambas pasiones.
Albert Camus, un escritor de origen argelino que desarrolló un humanismo
fundado en la conciencia del absurdo, fue Premio Nobel de Literatura en 1957.
Militante político y miembro de la resistencia francesa contra la invasión
nazi, autor de La Peste y El Extranjero, reivindicó el fútbol como una forma de
vida: “…Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas
experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las
obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Un detalle: Camus, en
su juventud, fue arquero.
El recordado periodista Dante Panzeri escribió un libro analítico sobre el
fútbol cuyo título guarda una de las más precisas definiciones sobre el
deporte: “Fútbol, dinámica de lo impensado”. En el tango, el contacto sensual
de los cuerpos, también nace de lo impensado. Muchos escritores quebraron esa
absurda distancia entre lo popular y lo intelectual elitista y avanzaron sobre
la pasión futbolera. Eduardo Galeano, el negro Fontanarrosa y el gordo Soriano
son algunos de los casos emblemáticos. Milan Kundera aventuró: “Creo que el
fútbol es un pensamiento que se juega. Y más con la cabeza que con los pies”.
Pero, cuando los ánimos se exacerban, los espíritus ya nada pueden esperar de
la razón. El fútbol pasión despierta, como en otros aspectos de la vida,
antinomias, revanchismos y fanatismos. También el tango y si no, hay que
recordar los debates atenienses acerca de Piazzolla. Dicen los que saben que en
el fútbol hay una mezcla de deseo, fantasía, sueño y poder… como en la vida,
que nutre la filosofía tanguera de estaño. Ambos son fenómenos colectivos muy
próximos a las perplejidades y desventuras de la vida. Son pasiones populares
que nacen en algún lugar del cuerpo y donde no tienen cabida los “pechofríos”.
El tango fue prostibulario porque hubo inmigración de hombres solos, agredidos
por la lejanía de sus memorias originales, cargados de melancolías y
acicateados por la tristeza. Hubo en sus orígenes un tango de ritmo rápido,
presuntamente vivaz que enmarcaba las alegrías en el patio del conventillo,
donde el piberío apuraba gambetas con la pelota de trapo. Era el tango
pecaminoso y orillero cuya formación musical original se reducía a la flauta,
la guitarra y el violín. Poco después arribó el bandoneón para ejercer el pleno
derecho de la melancolía. Entonces el tango se desaceleró y adoptó una cadencia
de tristeza existencial por amores quebrados. La idiosincrasia del inmigrante
tuvo mucho que ver pero también incidió la lejana cadencia del gaucho reprimido
que los años transformaron en guapo, compadrito o cafishio, según el caso, las
necesidades y el cambio histórico-cultural de la metrópoli. En ese proceso se
infiltró el fútbol que, como el tango, evolucionó y que esa compleja mixtura
que es el argentino, lo nutrió con la habilidad del cuerpo y del alma y lo
parió a su manera. Pero hay una diferencia que lastima. El fútbol sufre un
costado más sinuoso y hasta siniestro: el negocio desmesurado al amparo de la
organización de mafias que violenta el espíritu leal del hincha.
Desmesurado negocio
Mientras la pasión del tablón queda restringida al común de la hinchada que
transpira la camiseta con honestidad, el impresionante negocio internacional
del fútbol se desnuda como un nuevo mercado de personas cuya plaza pública
mayor es ese Mundial que se celebra-comercia cada cuatro años.
Asociaciones locales, instituciones regionales con sus respectivos
dirigentes, intermediarios y los propios astros del juego, son parte de una
negociación de compra-venta con precios siderales y oscuras transacciones en un
mundo desbordado de inequidades. La FIFA es uno de los “estados” más poderosos
de la tierra. Maneja un presupuesto varias veces superior a muchos países
pobres hipócritamente denominados “emergentes”. Maneja también el poder de las
relaciones políticas. Ser presidente del club Barcelona (por citar solo un caso
trascendente) es convertirse en una suerte de mandatario que es recibido en
cualquier parte del mundo con los rictus del protocolo oficial. Esto es poder
en estado puro. En un mundo donde las injusticias sociales son cada vez más
hirientes, donde las asimetrías económicas concentran a pocos ricos, cada vez
más ricos, y a muchos pobres, cada vez más pobres, las cifras por la venta de
jugadores, más los contratos publicitarios paralelos, son poco menos que
obscenas. Para muchos, el fútbol-negocio comenzó en los años 30 con la
irrupción del profesionalismo. Los más guarangos afirman que en esa época
comenzó la prostitución del fútbol. En 2009 la FIFA tuvo ganancias por más de
147 millones de euros y concentró un capital que asciende a casi 800 millones
de euros. Esas son las cifras oficiales. Y es solo una parte del escándalo. Hay
que volver a Dante Panzeri: “El fútbol fue un juego y un negocio. Hoy es el
negocio de un juego de palabras. El fútbol del talento es hijo de la miseria.
El fútbol miserable es hijo de la riqueza”. Menos mal que tenemos el tango
a mano para enjugar ciertos dolores.•
* Leonardo Busquet, tanguero irrecuperable y sufrido hincha de
River.
Πηγή / Fuente:
εδώ.
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